jueves, 11 de febrero de 2016

Islandia (Día 4) - Akureyri (Auroras Boreales)

Tras habernos relajado el día anterior en unas piscinas con agua caliente al aire libre, iniciamos un nuevo día rumbo a Akureyri, la capital norteña islandesa. 

Nada más emprender la marcha, paramos en un restaurante-gasolinera tan típicos en esta isla para cargar las pilas. El tiempo era bueno, y el camarero nos recomendó lugares de la zona, explicándolos con un mapa y una ruta que nos marcó a boli, así que eso hicimos.

Seguimos la ruta por la Ring Road para desviarnos por un camino, y con ayuda del folleto con un mapa con más dibujos que detalles de caminos y topográficos y no sin meternos por algún que otro camino erróneo. Llegamos al destino, una roca con forma como de burro bebiendo en el mar o a saber lo que parece, cada uno que use su imaginación.



Deshacemos lo conducido hasta ahí para volver a la carretera principal en dirección a la ciudad, donde ya casi llegando a esta, nos adentramos en un valle con un cierto parecido pirenaico, con sus árboles, sus vacas... un buen lugar para parar un momento y disfrutar de la naturaleza, no vale la pena ir en coche por la isla si no paras mas que en los lugares de destino.


Cerca del mediodía, llegamos a Akureyri, nada que ver lo visto en días anteriores, ya se ve que es más grande que las remotas poblaciones anteriores, y con todo tipo de servicios. Después de comprar y asentarnos en el albergue, con la calma nos damos un paseo por la localidad. Había muy poca gente por las calles, las cuales estaban impecables, sin un papel por el suelo, y unas casas coloridas y bastante coquetas. 



Llama la atención un detalle en los semáforos al esperar para cruzar, que son los corazones que tienen forma las luces rojas, curioso, aunque no creo que por eso vaya a ser conocida como la Venecia del Norte.



Muy cerquita tenemos la catedral, que no es muy antigua y tiene una arquitectura muy curiosa, puede llegar a recordar a la iglesia de Reykjavik por lo extraña que es, aunque prefiero la de la capital islandesa.


Nos perdimos a posta por la ciudad, comenzando por el paseo marítimo, para subir junto la piscina pudiendo disfrutar de un impresionante atardecer mientras callejeábamos sin rumbo, pero sabíamos que no sería difícil encontrar el centro pues no es que haya muchas calles, y esta construida sobre una ladera, con que sabiendo que el centro está a nivel del mar...



Sobre Akureyri, decir que es una localidad de casi 20.000 habitantes, muy tranquila en invierno, pero llena de movimiento y actividades en verano, especialmente porque tienen el sol de medianoche. Algunos diréis: ¿Qué hacen en invierno sin apenas sol, con nevadas de medio metro, y temperaturas bajo cero? Pues pasar el tiempo libre en la piscina municipal, donde hay de todo, saunas, aguas termales, piscinas de competición, parques acuáticos, y es la zona que usa esta gente para conocer y relacionarse con gente y para ligar, claro está. Algo que yo hice mientras esperábamos que aparecieran las Luces del Norte, era tomar una buena cerveza islandesa, todo fuera por reponer fuerzas, aunque ya la había probado, la cuestión es viajar e hidratarse con zumo de cebada. Sí, se me veía preocupado.



Por la noche, sin cenar ni nada, nos informan unos amables huéspedes del albergue que si queríamos ver las Northern Lights, o Auroras Borealis que saliéramos ya, y a poder ser en dirección a las pistas de esquí, que están a unos pocos kilómetros. Así que eso hicimos, con emoción, como si fuéramos niños en la noche de Reyes, arrancamos el coche y fuimos ahí, donde conseguimos verlas en todo su esplendor. ¿Qué se siente al verlas? Pues no sé a ciencia cierta como explicarlo, simplemente estás tú sólo bajo un enorme cielo lleno de luces que se mueven a lo largo y ancho de él, te sientes una minúscula parte de todo, y sólo te queda disfrutar, pues no hay dos momentos iguales. A mí, me daba la sensación al verlas como de que se podía escuchar su silencio.






Sin duda alguna es un espectáculo de la naturaleza que no todo el mundo puede vivir, pero es uno de los momentos que más han marcado mi vida, y aún pudimos disfrutarla en días posteriores.