viernes, 28 de octubre de 2016

Pirineo Aragonés (III)

Tras una mañana disfrutando en Pineta, toca coger carretera y manta y bajar hacia el Valle de Vió, o Ballibió. 

Zona desconocida por completo tanto para mí como para tanta gente, ya que sus accesos no son los mejores, y la mayoría de la gente va por el este a Pineta,s y por el oeste a Torla. Lo que quedó claro es que me dejó con ganas de ver y descubrir mucho más.

Para acceder desde Escalona, hemos de pasar por estrechísimos cañones en los que la roca está encima de la carretera, en la que apenas cabe un coche y lo mejor que puede hacer uno cuando es posible, es parar a disfrutar de semejante escenario, el trabajo que tuvo que llevar hacer esa carretera (y tantas otras) a pico y pala, y lo poco que lo valoramos hoy en día.






Hay momentos en los que parece que sea imposible salir del fondo del cañón, hasta que nos acercamos a una zona en la que la cuneta está plagada de coches aparcados, ya que hay un desvío para ir a la Ermita de San Úrbez y al cañón de Añisclo, el cual ignoro y paso de largo. Subiendo durante unos kilómetros llego a Vió, donde pude disfrutar de unas espectaculares vistas de Añisclo.


El día iba siendo largo y mi estómago protestaba con que con acierto fui hasta Buerba a comer, y no hice mal. Comí en Casa Lisa, donde los propietarios me trataron como si estuviera en casa, y estuvimos buen rato de conversación, conocían Tosos y sobretodo hablaron maravillas del vino de mi tierra, Cariñena. Las chuletas de cordero con una cerveza y estas vistas... una imagen vale más que mil palabras.



Buerba, tiene muchos encantos, como sus robles centenarios, o las chamineras en todas sus viviendas, de hecho es el pueblo de las chamineras.




Me hubiera quedado a gusto ahí, la verdad, pero debía de seguir mi trayecto por pueblos de este valle, hasta ya saliendo de él llegar a Nerín, pequeño pueblo en el que en invierno viven tres casas, pero cuenta con hotel y albergue, en el cual me albergué esa noche. Estaba lleno de montañeros y senderistas franceses, los de fuera valoran más nuestro entorno que nosotros mismos. La carretera de acceso a la localidad seguía sin ser aburrida. 


La tarde fue tranquila, pude disfrutar de una cerveza en la terraza hablando con el dueño del hotel, e incluso se me ocurrió montar el camping gas en la plaza del pueblo ya que no había ni gatos para hacerme la cena ahí.



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